sábado, 31 de octubre de 2009

Mujeres hispanas.

Dado que siempre son los protagonistas, se puede decir que las guerras son cosas de hombres, pero a lo largo de la historia hubo mujeres que lucharon en primera línea de fuego demostrando tanto valor y arrojo como lo pudo hacer cualquier hombre. Para muestra de lo que digo, elegí tres mujeres de nuestro país un tanto distanciadas en el tiempo que les tocó vivir, pero con un comportamiento muy similar a la hora de enfrentarse al enemigo, con decisión y valor. Ojalá las feministas aprendan de su ejemplo.

La primera de ellas es la condesa de Álvar Pérez.
Reinando Fernando III, y habiendo conseguido en lucha con los musulmanes el castillo de Martos, nombró como custodio y defensor del mismo al conde Álvar Pérez de Castro. Debido a que las guerras se sucedían sin tregua, los problemas crecieron hasta el punto de que la gran cantidad de cristianos que iban a establecerse en la zona y lo asolados que estaban los campos con tanta lucha, hizo que el hambre pasara a ser tema preocupante por lo que Álvar decidió dirigirse a Burgos para exponerlo al rey, dejando a su esposa en el castillo que estaba defendido por cuarenta caballeros a las órdenes de don Tello.
Al poco de partir el conde, don Tello decide salir de la fortaleza para pacificar la comarca de lo que se entera Alhamar que se presenta con un buen número de soldados para tomar el castillo que sabía desprotegido, pero no contaba con la valentía y el ingenio de la condesa que, rodeada solamente de sus doncellas y unos cuantos guerreros ancianos que no estaban para muchas luchas, ideó un plan para engañar al moro y ganar tiempo hasta que regresara don Tello.
La condesa y sus damas cambian las tocas por yelmos, buscan y reparten entre ellas las armas y escudos que quedaron en el castillo y se despliegan por las murallas para que el enemigo creyera que el castillo tenía defensores suficientes llegando incluso a repeler los primeros ataques hasta que llega don Tello que queda sorprendido por lo que está sucediendo en torno al castillo y atacando a los sitiadores por la retaguardia logra romper las filas enemigas y llegar a la fortaleza, consiguiendo que Alhamar se retire. Esto sucedió en 1238.

La segunda de estas valientes es María Pita.
Como las guerras se suceden casi sin tregua a lo largo de la historia, el 4 de Mayo de 1589 una flota inglesa al mando de Francis Drake se presenta ante La Coruña con la idea de destruir la armada española para conquistar luego Lisboa facilitando así la subida al trono portugués de don Antonio, prior de Crato.
Drake creyó que esta parada en La Coruña le reportaría un buen botín y además un castigo a la armada española porque el año anterior y desde este puerto había salido la que resultó ser famosa y desastrosa “Armada invencible” con la idea de conquistar Inglaterra.
El número de atacantes era muy superior al de los defensores por lo que la población civil tuvo que aprestarse a luchar, hombres y mujeres lucharon codo con codo, pero como ya dije los invasores eran muchos más y lograron ganar terreno llegando a la parte amurallada de la ciudad. Las tropas inglesas estaban dirigidas por un alférez que logró subirse a la parte más alta del muro empuñando la bandera inglesa y estaba tan contento el hombre que no se dio cuenta de que allí estaba María Pita que sin dudarlo ni un momento lo mandó al otro mundo de un certero disparo. Caído el abanderado y la bandera, los coruñeses reaccionan con furia mientras que los ingleses se desmoralizan lo que dio lugar a que se retirasen a sus naves para continuar viaje a Lisboa sin haber logrado el botín que perseguían.
Si bien es verdad que María no fue la única mujer en luchar con arrojo y valentía en esta batalla, se la toma como representante de todas ellas quizás por haber sido la que estaba en el lugar apropiado para hacer caer la bandera y el abanderado.

La tercera y última es Agustina Raimunda María Saragossa Doménech, más conocida como Agustina de Aragón.
De nuevo la lucha, esta vez contra los franceses en la llamada Guerra de Independencia.
Al general Lefebre se le metió entre ceja y ceja que tenía que conquistar Zaragoza y no dudó en atacarla una y otra vez, pero los vecinos de la ciudad no estaban por la labor y rechazaban a los franceses sin ningún miramiento lo que hizo que Lefebre se enfureciera amenazando con pasar a degüello a los zaragozanos si no le franqueaban las puertas, pero como no había hecho bien los deberes que en este caso sería haber estudiado el carácter de los maños famosos por su terquedad, sus amenazas no sirvieron para nada y la lucha encarnizada siguió hasta el punto en que al caer los artilleros que defendían la puerta del Portillo, Agustina de Aragón que al igual que otras mujeres atendía a los heridos, arrebatando de la mano de un artillero muerto la mecha aún encendida, la aplica a un cañón que esparce la metralla logrando frenar en seco a los franceses que a la carrera se dirigían a aquella puerta creyendo que era pan comido, los gabachos que quedaron con vida optaron por retirarse a toda prisa mientras que los defensores de la ciudad acudieron a reforzar aquella puerta impidiendo de nuevo la entrada de los invasores.

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