martes, 13 de octubre de 2009
El brindis del retiro.
Un homenaje a la España eterna, cuna de los valores hispanos y que sin ella sería imposible entender estos.
En una de estas comisiones, con motivo del Centenario de Calderón, Menéndez Pelayo se presentó una vez más como paladín de España y de su fe católica. Habían acudido a la conmemoración muchos profesores de diferentes países; se había hablado de lo divino y humano, y, como suele suceder, muy poco de Calderón e, incluso sin disimulo de sectarismo anticatólico en un homenaje al gran dramaturgo católico español. Todo esto tenía malhumorado a Menéndez Pelayo, quien, obligado a hablar, pronunció un discurso conocido ya por El brindis del Retiro –el parque donde se celebraba el banquete de despedida–. Se produjeron grandes revuelos y escándalos y algunos de los asistentes perdieron la serenidad ante el puñado de verdades que les soltó el joven catedrático. Por la noche, enterado su hermano Enrique de lo ocurrido fue a verle, y don Marcelino, sonriéndose, quiso restarle importancia al incidente con una broma: «Se decían muchas tonterías en los brindis que me pusieron de mal humor. Además, la comida fue mala y el champaña, falsificado.» Este discurso corrió por toda España, y le llovieron felicitaciones de ciudades, prelados y de innumerables personas y corporaciones. El discurso de D. Marcelino Menéndez y Pelayo, fue el siguiente:
«Yo no pensaba hablar; pero las alusiones que me han dirigido los señores que han hablado antes, me obligan a tomar la palabra. Brindo por lo que nadie ha brindado hasta ahora: por las grandes ideas que fueron alma e inspiración de los poemas calderonianos. En primer lugar, por la fe católica, apostólica romana, que en siete siglos de lucha nos hizo reconquistar el patrio suelo, y que en los albores del Renacimiento abrió a los castellanos las vírgenes selvas de América, y a los portugueses los fabulosos santuarios de la India. Por la fe católica, que es el substratum, la esencia y lo más grande, y lo más hermoso de nuestra teología, de nuestra filosofía, de nuestra literatura y de nuestro arte. Brindo, en segundo lugar, por la antigua y tradicional monarquía española, cristiana en la esencia y democrática{1} en la [509] forma, que, durante todo el siglo XVI, vivió de un modo cenobítico y austero; y brindo por la casa de Austria, que con ser de origen extranjero y tener intereses y tendencias contrarios a los nuestros, se convirtió en porta-estandarte de la Iglesia, en goufaloniera de la Santa Sede, durante toda aquella centuria. Brindo por la nación española, amazona de la raza latina, de la cual fue escudo y valladar firmísimo contra la barbarie germánica y el espíritu de disgregación y de herejía, que separó de nosotros a las razas septentrionales. Brindo por el municipio español, hijo glorioso del municipio romano y expresión de la verdadera y legítima y sacrosanta libertad española, que Calderón sublimó hasta las alturas del arte en El Alcalde de Zalamea, y que Alejandro Herculano ha inmortalizado en la historia. En suma, brindo por todas las ideas, por todos los sentimientos que Calderón ha traído al arte; sentimientos e ideas que son los nuestros, que aceptamos por propios, con los cuales nos enorgullecemos y vanagloriamos; nosotros los que sentimos y pensamos como él, los únicos que con razón, y justicia, y derecho, podemos enaltecer su memoria, la memoria del Poeta español y católico por excelencia; del poeta de todas las intolerancias e intransigencias católicas; del poeta teólogo; del poeta inquisitorial, a quien nosotros aplaudimos, y festejamos, y bendecimos, y a quien de ninguna suerte pueden contar por suyo los partidos más o menos liberales que en nombre de la unidad centralista a la francesa, han ahogado y destruido la antigua libertad municipal y foral de la Península, asesinada primero por la casa de Borbón y luego por los Gobiernos revolucionarios de este siglo. Y digo y declaro firmemente que no me adhiero al centenario en lo que tiene de fiesta semipagana, informada por principios que aborrezco y que poco habían de agradar a tan cristiano poeta como Calderón, si levantase la cabeza. Y ya que me he levantado, y que no es ocasión de traer a esta reunión fraternal nuestros rencores y divergencias de fuera, brindo por los catedráticos lusitanos que han venido a honrar con su presencia esta fiesta, y a quienes miro, y debemos mirar todos, [510] como hermanos, por lo mismo que hablan una lengua española, y que pertenecen a la raza española, y no digo ibérica, porque estos vocablos de iberismo y de unidad ibérica tienen no sé qué mal sabor progresista (murmullos). Sí: española, lo repito, que españoles llamó siempre a los portugueses Camoens, afirmó que españoles somos, y que de españoles nos debemos preciar todos los que habitamos la Península Ibérica.{2} Y brindo, en suma, por todos los catedráticos aquí presentes, representantes de las diversas naciones latinas que, como arroyos, han venido a mezclarse en el gran Océano de nuestra gente romana.» ——— {1} La palabra «democrática» está aquí empleada, naturalmente, en el sentido de amor y respeto al pueblo, y no en el actual valor político del término, lamentable engendro filosófico y revolucionario que ha vestido de luto al mundo. (N. de la R.) {2} Sobre estos conceptos remitimos al lector al artículo «La Hispanidad», del Sr. Maeztu, publicado en nuestro primer número, a su respuesta en el titulado «Filosofía política», del Sr. Raposo, en el número 4, y a la nota puesta al mismo por el propio Sr. Maeztu. Acción Española, amiga vehementísima de Portugal y celosa de sus prestigios históricos, como de cosa propia, se complace en hacer constar con este motivo que acepta cualquier definición que, reconociendo la existencia perfecta y absoluta de dos nacionalidades diversas dentro del suelo peninsular, una a ambas en la misma expresión cordial y en una sola proyección civilizadora sobre el mundo. (N. de la R.)
Escrito por Facon en Hispanismo.org
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