sábado, 13 de marzo de 2010

El mundo de Habla española (III)


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Hemos hablado del predominio espiritual de la raza hispana en América por razones de carácter histórico, etnográfico, lexicológico y de psicología. [60] Maestros americanos, como Ricardo Rojas, Vasconcelos y Palacio, hacen estudios admirables, disecando la sociología y la historia, tendientes a crear en América una forma original y propia de civilización. El empeño es digno de tales mentalidades, pertenece a honrosas inquietudes propias de los pueblos nuevos; pero la realidad les sale constantemente al paso señalándoles las fuentes de Europa y entre ellas y para ellos las de España. Hasta ahora nada ha cambiado; veamos si es razonable suponer que tal estado de cosas puede cambiar.

Si España mantiene y sigue desarrollando pujantemente su resurgimiento, América estará siempre unida moralmente a ella. Los progresos españoles serán mágicos señuelos para atraer a las repúblicas hispanoamericanas.

América se entera con orgullo de que la ingeniería española en transportes de energía eléctrica de alta tensión va a la cabeza de todos los países. Supo ufanamente el resonante triunfo del periodismo español en la Exposición de Colonia, que por estar unido a diarios americanos de nuestra estirpe, hizo ver al mundo una clara y valiosa manifestación de hispanoamericanismo. América sabe con noble vanidad que España seca sus pantanos, electrifica sus vías férreas, intensifica la producción agrícola, y sabe que, después de obtener la paz de Marruecos, civiliza aquel país; levanta en él ciudades con rapidez de magia (como la llamada Villa Sanjurjo) y se dispone a construir un túnel submarino entre ella y Africa, habiéndose premiado con tal motivo en la Academia de Ciencias de París un trabajo hecho para tal fin por el ingeniero español Ibáñez de Ibero, aunque no sea éste, según parece, el que se ha de realizar. [61]

América aplaude con orgullo a los profesores, pensadores e investigadores que España le envía como exponentes de su cultura y estima en sumo grado a los artistas hispanos. América bate palmas por los avances de la aviación española, tanto en el campo de las intrepideces como en el de los inventos (recuérdese el autogiro Cierva, reputado como lo más perfecto de cuanto hasta ahora se ha inventado en aviación).

América se da cuenta de las perfecciones de la ingeniería naval española, tanto en las naves de guerra como en las mercantes. América levanta monumentos al soldado español y España los levanta dedicados a aquellos países. América acude amorosa a la Exposición de Sevilla sabedora de que en el regazo acogedor de la nación progenitora podrá mostrar al mundo todo lo que es y todo lo que vale, y su juventud acudirá en parte a la magna Ciudad Universitaria que España levanta en los alrededores de Madrid. España realiza y seguirá realizando exposiciones de libros hispanoamericanos y acaba de implantar la Cátedra hispanoamericana, creada bajo los auspicios de la Junta de Relaciones Culturales. Esa Cátedra fue inaugurada en la Universidad de Madrid por don Enrique Butty, decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.

Sevilla y Barcelona, con sus dos exposiciones, hablaron elocuentemente al mundo de lo que España ha sido, es y será, de su fuerza actual, de su poder y su riqueza. Fueron dos exponentes de gran vitalidad y gloriosa significación histórica, noble y prodigioso alarde no igualado todavía y difícil de igualar. [62]

Todo esto y más que omito, es siembra de luz que despierta en América sanas inquietudes que favorecen el amor hacia el origen. Ese amor está beneficiado por intercambios honrosos, tanto para el magnífico tronco. histórico como para sus grandes ramas, pletóricas de modernísima floración. Esta fuerza expansiva y civilizadora, esta pulsación de la raza, llegará a crear un gran movimiento americanista español, debido al cual España terminará por americanizarse, acabará por inocularse su propia sangre, la muy viril que derramó por América los siglos XV y XVI; traerá a su trono savia americana, que quizá la libre de la anunciada decadencia de occidente.

El predominio espiritual de la raza hispana en América no deja lugar a otros predominios semejantes. Además tiene el formidable apoyo del idioma. Impresiona lo que de nuestro idioma dijo una vez un ilustre mejicano, don Federico Gamboa, director de la Academia Mexicana: «Mientras mejor lo guardemos y mejor podamos hablarlo, nuestra personalidad se afirmará más y más. Demostremos cada día dentro del patriotismo irreductible y bendito que nos distingue y caracteriza, que somos hijos independientes, ¡pero legítimos!, de la España grande y gloriosa. Y si alguna vez, que ojalá nunca llegue, hubiéramos de desaparecer como nación y como pueblo, que tal escudo nos sirva de mortaja y que nuestra última maldición al destino o al enemigo que nos acabe, nuestra última palabra de amor para los nuestros y nuestra última plegaria a Dios, nosotros y nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos la digamos en español.»

No se ignora que algunos escritores sudamericanos se creen humillados al tener en su idioma el [63] mismo punto de vista que los españoles. Alguno de ellos dijo que tenían que expresarse en las formas envejecidas de un idioma en retardo.

El asunto es digno de ser meditado ya que los argentinos son generalmente estudiosos y muy estimables por sus ansias de superación; pero el caso presente parece ser de condición morbígena y no se debe pasar en silencio. El lamento de este escritor puede estar apoyado o combatido en la Filología Española y a ella hemos recurrido. Hemos repasado estudios de esta clase hechos por alemanes, franceses, ingleses e italianos y en ninguno de los que hemos consultado hallamos nada aproximado al aserto de que el idioma español está en retardo y sus formas han envejecido. Por el contrario hemos aprendido en una obra del alemán Fiedrerici Georg, que cuando los españoles descubrieron América había allí un gran grupo lingüístico bastante homogéneo (el aruaco insular) que proporcionó un gran número de palabras al idioma español, muchas de las cuales pasaron a otros idiomas europeos, ocurriendo todo esto sin que los españoles se lo propusieran ni se dieran cuenta de ello. (Cita al efecto las palabras canoa, bejuco, cacique, cocuyo, hamaca, macana, maíz, sábana, tabaco, yuca, &c.). Hoy sucede lo mismo, constantemente enriquecen el idioma español palabras americanas, pero no como antes, que los españoles no se daban cuenta de ello, sino enterándose mucho, por medio de su Real Academia de la Lengua y de los numerosos Académicos correspondientes que hay en los países de habla española. Una prueba de esto es el reciente envío a los Académicos correspondientes de la República Argentina, hecho en consulta .por la Real Academia Española, de varias palabras, [64] entre ellas «Juvenilia», título de una novela del eximio escritor argentino Miguel Cané, y que la docta Corporación española quiere llevar a su acervo, para tener una palabra de significación no igualada en otros idiomas, pues define exclusivamente la parte de la juventud correspondiente a la vida del estudiante.

Ese idioma envejecido y en retardo está ahora estudiándose con afán en las Universidades y Colegios norteamericanos, ingleses, franceses, alemanes e italianos y los filólogos de estos países hacen antologías, diccionarios y libros en los que se estudia lo más acabado y representativo de la Literatura Española, lo mismo la prosa que la poesía, desde las obras de Alfonso el Sabio y la monumental Celestina hasta los versos de nuestros poetas contemporáneos.

Hay un género en la Literatura del mundo, el género novela, inventado por Cervantes, que se escribió en ese idioma que hoy se dice envejecido y que está en retardo.

En ese mismo idioma ha desarrollado en Buenos Aires un ciclo de conferencias el pensador español José Ortega y Gasset, abordando temas de elevada especulación mental y obteniendo un éxito sin precedentes en aquella ciudad (así lo dijeron los periódicos porteños).

El famoso filólogo alemán doctor Carlos Vossler, profesor de la Universidad de Munich (y ex rector de la misma), hace estudios hace diez años, tendientes a dar al idioma español el primer puesto entre los idiomas románicos. Si a esto agregamos que la estructura y las características de la sintaxis española tienen unos primores a los que no llegan los demás idiomas; si recordamos que en la Real Academia de [65] la Lengua hay una sección presidida por el señor Torres Quevedo para dar entrada en el idioma hispano a las voces científicas modernas procedentes de otros países; si en América hay Académicos correspondientes y los tienen también las regiones españolas que poseen un dialecto y todos ellos hacen aportes interesantes constantemente, ¿cómo explicarse que pueda haber un escritor americano que diga que el idioma español está envejecido y en retardo?

Otro escritor sudamericano, hablando en una fiesta de confraternidad (de esto hace ya algún tiempo), dijo que España podía trasmitir bajo todas sus formas el pensamiento moderno, y más tarde, en una carta íntima, se regocijaba de que sus compatriotas no tuvieran, como los españoles, el embarazo de una literatura nacional envejecida y atrasada.

Son estas dos proposiciones totalmente diferentes. Obligados a sacar de ellas una conclusión, descubrimos una acrobacia muy peligrosa. Descubrimos una elasticidad alejada del mérito, y, ante espíritus tan poco sinceros, pensamos que en casos como éste a que se alude no pueden ser ni cosechadores de orgullo nacional ni de preocupación hispana.

Algunos americanos modernos dicen que el idioma español es pobre; lo dicen de hinojos ante el francés; y los suizos acusan al idioma francés de idéntica pobreza, quizá arrodillados ante el alemán o el italiano. En ambos idiomas, suizos y americanos, con buena voluntad, encontrarían todas las palabras que necesitasen o bien sus equivalentes.

Así como esos americanos (por suerte muy pocos) ponen su veto sistemáticamente a todo esplendor español, así hay españoles (también pocos) que lo [66] ponen a la pujante ascensión de muchos países hispanoamericanos. Son seres que se dedican a ver exclusivamente la parte mala de los hombres y de las cosas. Padecen calvicie interna y en el arbolado propio de todo espíritu cultivado tienen enormes calveros. Quieren disparar como las piezas de artillería y no pasan de hacer estampidos de neumático, que, una vez producidos, se desinflan. Hay seres que hilan y los hay que deshilan. Los primeros fabrican telas útiles, los segundos crean trapos y aun los deshacen.

A cambio de esos americanos, hay otros, muchos e ilustres, que viven encariñados con la lengua de su origen. El embajador de la República Argentina en España, señor Daniel García Mansilla, en su folleto «Proyecto de asociación cultural hispanoamericana para conservar el idioma»; el escritor venezolano don Rufino Blasco Fombona, en los diarios de Madrid; el señor José María Peralta y Lagos, ministro de España de la República de El Salvador, en su folleto «Defensa del idioma», y la poetisa argentina Alfonsina Storni, en «El Sol», de Madrid (no cito más por no fatigar), aprecian la riqueza y hermosura de la lengua española y hablan de la necesidad de conservarla pura. Esta última escritora ha dicho: «El lenguaje es uno y cualquier escritor de habla castellana dondequiera haya nación, pertenece al tronco común y está en su propio interés aumentarlo y no disminuirlo, reverenciarlo y no mancillarlo.» [67]

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Nos hemos detenido excesivamente en este asunto, porque su índole apasionante lo puede justificar, aunque se trate de opiniones muy excepcionales.

Todos los países civilizados tienen los mismos elementos de civilización: lenguaje, religión, instituciones políticas e instituciones económicas. Estos dos últimos elementos son muy parecidos en todas las naciones; varían la religión y el lenguaje y éste es el que tiene más fuerza. Herder dice: «es preciso considerar a los órganos fonéticos como timón de nuestra inteligencia y al lenguaje como llama celeste que inflama nuestras ideas y sentimientos.»

Para España su idioma es un elemento psicosocial de primer orden, si estudia concienzudamente el alma española en América, que es lo más evolutivo que España tiene, adentro y fuera de sí.

El tener el mismo idioma equivale a una invitación para pensar del mismo modo como, sobre poco más o menos, dijo Renán.

Juan Zorrilla de San Martín dice que «en las lenguas formadas, como en las obras geniales, hay algo más de lo que está al alcance del análisis material, porque son el producto del genio de un pueblo, el genio mismo si se quiere».

El idioma español es vaso sagrado donde los países hispano-americanos vierten su intelecto, consagrando sentimientos de confraternidad entre ellos y la Madre Patria; es arca vargueña que guarda fielmente la poesía de veinte pueblos hermanos, y es sabido que la poesía marca en el alma el lugar de las flores predilectas.

En América y en España son iguales los tañedores de guitarra y este es el instrumento que el pueblo [68] tiene en ambas partes para expresar penas y alegrías.

Cantar los amores en el mismo idioma equivale a crear una afinidad de sentimientos de la que nacen simpatías favorables a una gran fuerza de atracción.

Y es el caso que sobre esto del idioma no sabe todavía España lo mucho que tiene que agradecer a América, que a pesar de su cosmopolitismo agudo, a pesar de la emigración española que allí llega destrozando el español con vicios lingüísticos propios de varias comarcas, a pesar de que el libro intelectual que más circula allí es el francés, conserva el idioma con giros y frases de una pureza verdaderamente clásica, aparte de los americanismos naturales y de los barbarismos y solecismos de que tampoco los españoles están libres.

Dice Altamira que el trabajo de crear defensas y leyes contra infundadas novedades que destruyan el español, lo han hecho mejor y en más grande escala que los mismos españoles, lingüistas americanos, desde Bello y García del Río a Cuervo, una de las primeras autoridades, si no la primera hoy día en materia de español.

Así que, aunque España llegase a aislarse del mundo, suspendiendo su intercambio intelectual con todo país civilizado y se entregase a dormir por dos siglos, al despertar no hallaría momificado ni seco su idioma; América habría cuidado, mantenido y enriquecido la flora de su significación psíquica.

El idioma español es en América lábaro espiritual de bellas guirnaldas. A la música de la lengua española, rica y viril, se fusionan muchas almas, pero como las grandes civilizaciones llegan también a América en otros vehículos, el lábaro espiritual [69] cervantino debe de ir siempre acompañado de todo el brillo de la civilización moderna, empresa en la que España, por fortuna, está empeñada hace algún tiempo.

Esos pocos escritores a que aludí no debieran de olvidar que amando las tradiciones, estudiando a conciencia la historia y el idioma y no renegando sistemáticamente del origen, es como se crea una autonomía espiritual. La económica es más difícil de crear, sobre todo cuando un coloso apoya su pie calzado con bota de oro, sobre el cuello de la aspirante a independiente.

Profesores y pensadores italianos y franceses visitan actualmente la América española, para competir con los españoles que allí llegan a dar conferencias desde hace veinte años; pero cuando los americanos las oyen en un idioma que no es el suyo no pueden apreciar bien el grado de compenetración que hay entre el pensamiento y la lengua en que éste se desenvuelve.

Este tema del idioma nos lleva de paso a pensar en algo que carece de cierta expresión. En España son extranjeros los franceses, los yankis, los ingleses, los rumanos, &c., pero los nacidos en las Repúblicas de origen español no lo son. Ellos así lo sienten y lo declaran cuando visitan a España. Los españoles piensan de igual manera; ¿qué son entonces? ¿Cómo llamarles? Ese nombre está por crear y debe crearlo la Real Academia de la Lengua, ya por iniciativa propia, ya aceptando el que resulte mejor de los que la propongan, por ejemplo, en una encuesta. ¿Por qué no denominarlos «Fraternos»? [70]

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De todo lo que se deja expuesto puede deducirse, sin titubeos, que la raza que descubrió, pobló y civilizó la mayor parte de América fue española netamente, con latidos latinos muy lejanos. Que el iberoamericanismo está mal aplicado y todavía mal definido, debiéndose tan sólo a don Alonso Quijano, que en este caso cambió la intrépida lanza por el arco de un violón. Que una cosa simpática y posible es el iberismo y otra imposible y absurda el iberoamericanismo. Que España no perdió su predominio espiritual en América y lo mantendrá indefinidamente si continúa llevando su civilización hacia el rango primero. Y que en consecuencia y por razones históricas, etnográficas, lingüísticas, sociológicas, de sentimiento y de pensamiento, debe decirse: «Hispanoamericanismo», «América española» y «Países hispanoamericanos».

Otra cosa será apartarse de la verdad y de la justicia y coadyuvar al forzado imperio espiritual en América de países que no tienen derecho a ejercitarlo.

Fuera de América y de España y sus posesiones están las Islas Filipinas que conservan gran amor a la que fue su nación genitriz, y como aquellas importantísimas Islas acabarán por obtener su independencia, pues todo el poder de Norte-América no basta para que su psicología encaje y arraigue entre los filipinos, allí se hablará siempre español, debido a lo cual, seguirá habiendo en el mundo otro mundo donde aun no se pone ni se pondrá el sol: el mundo de habla española.

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