sábado, 13 de marzo de 2010

EL mundo de habla española (I)


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El estilo colonial español en arquitectura, al que los arquitectos argentinos han llegado triunfadores, interpretándolo y desarrollándolo mejor que nadie, indica cómo el espíritu español y el americano van machihembrados sin violencia y con amor en la creación más poética del hombre: el hogar, venera moral de dos valvas vivientes que aspira a retener el amor peregrino.

Con los conquistadores y colonizadores fueron a América arquitectos de España. La mano de obra allí era indígena y por serlo imprimía al todo cierto sello a veces estimable. Esos obreros americanos vinieron después a España e influyeron también un poco en el arte de la abeja reina Y como además de esto tenemos, como ya lo dije, que los argentinos son los mejores arquitectos del estilo colonial español, nos encontramos con aliento de América en la madera de España y con aliento de España en el barro americano.

La cátedra de arte colonial hispanoamericano últimamente creada en la Universidad de Sevilla, la inauguró con varias conferencias sobre la arquitectura colonial española en América, el arquitecto argentino don Martín S. Noel.

Lo que antes dije de la República Argentina respecto a los deseos que tiene de conservar su nacionalismo relacionado con su cuna, puede decirse de Uruguay, país que se conserva muy español, de gran civismo y muy adelantado en determinadas leyes y formas de Gobierno. Puede decirse de Méjico que, a pesar de la influyente vecindad yanki, a pesar de sus transformaciones violentas, mantiene calurosa y resueltamente su psicología típica, resultante de la raza india, prieta y fuerte, y principalmente de la raza hispánica, blanca, intrépida e inteligente. Puede decirse de todos los países hispanoamericanos.

Volviendo al asunto del Estilo Colonial Español, puede asegurarse que esa caída uniforme de gotas espirituales, esa estilación de ritmo espontáneo, ha dado forma, entre otras cosas, con el andar del tiempo, a un estilo sobrio, airoso, alegre, pintoresco, señoril, de aspecto estético al par que educativo, que poco a poco va afincando en el suelo americano hasta llegar a algunos estados yankis, como La Florida y California, donde los norteamericanos se complacen en sacudir la influencia inglesa, buscando orígenes más antiguos como el de la madre Hispania. Tuvo esto su primer chispazo en la Exposición de Chicago, y en pocos años casas, muebles y utensilios son en tales países marcadamente españoles. Por esto en presencia del estilo español que allí se estima, la sonrisa despectiva inglesa, que tanto irrita a los yankis, se convierte en gesto de seria curiosidad.

Los estilos de los Luises, tantos siglos triunfadores, han tenido que ceder el campo en América al estilo español. Y como para el comercio no hay filigranas patrióticas, pues la síntesis de su espíritu está en sus dos primeras sílabas, tenemos que Italia imita el mueble español y lo exporta por valor de casi cincuenta millones de liras al año, y lo imitan también Francia y Norte-América, pues España, mal organizada siempre para el desarrollo práctico de las dos primeras sílabas a que aludí, no da abasto a la demanda que se le hace. Piedras, tejas, hierros, maderas, cerámica y tapices, cuadros, líneas y colores, aliento de España sutil y de emoción es lo que América está prefiriendo en sus hogares cuidados. Y éstos, en definitiva, vienen a ser elocuentes diagrama del mejor panorama español, el panorama espiritual.

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Ese triunfo del arte colonial español en toda América, no quedará en tales límites, porque aún hay algo más muy original en España, sus jardines, que seguramente han de triunfar también en el suelo americano. No han triunfado ya porque su formación no es rápida, porque exige largo tiempo y la psicología americana está formada a base de rapidez. Pero todo cambia en el mundo y esa psicología sufrirá también sus variantes, y, entonces, los jardines españoles tendrán señalado éxito en los parques de América, privados y públicos. Así lo exigirá al fin el imperio del nacionalismo, tendiente a beber y nutrirse en sus propios orígenes.

Los jardines son luz, limpieza y color y nada hay más limpio, luminoso y colorista que los esmaltes y los reflejos metálicos de la cerámica cuando están combinados con las gamas de las flores. Los mármoles se ennegrecen, los bronces dejan de brillar y una especie de verdín o cardenillo mancha sus tonos broncíneos, los hierros se oxidan; nada más completo y acertado que la cerámica andaluza de orígenes árabes, con la maravillosa algarabía de sus colores, siempre brillantes y entonados,

El arte andaluz de hacer con azulejos, ladrillos y flores jardines soñadores, es mayor que el de hacerlos con materias ricas, como el mármol y el bronce. Los azulejos son verdaderas faïences esmaltadas, verdaderos tapices de porcelana.

En los jardines sevillanos se ven remozados los viejos estilos, vese en lo moderno los encantos de la tradición local y hasta conservan en cierto modo la intimidad de los patios floridos. Y hablar de la tradición andaluza es hablar de la tradición americana, porque Andalucía es el principio de América y América es la continuación de muchas cosas andaluzas. Los famosos patios cordobeses y sevillanos tienen sus vástagos en la provincia del Camagüey de Cuba, donde aun las mujeres jóvenes, como en Sevilla, viven tras de las rejas y alejadas de la moderna libertad neoyorkina, parisién o madrileña.

Ni las cariñosas villas italianas, ni los bellos parques de Francia, ni los cuidados jardines ingleses pueden compararse a los jardines andaluces, en los que alterna el perfumado mirto o el arrayán con los naranjos olientes (antes de ofrendar su oro) y con los cipreses emocionantes, centinelas perennes de invariable misticismo y verdes jugosos que con los laureles se prestan a toda clase de formas ornamentales.

Si se quiere dar vida a una canción de arrebolamiento, hay que pensar en Andalucía, ánfora inclinada, de proporciones gigantes, que sin cesar vierte flores, luz, panderetas, vinos generosos, guitarras, mantones polícromos y mocitas perfectas, con labios rojos que adornan la vida andaluza, como las amapolas adornan los campos trigueros; de ojos azabachados, verdaderos puñalejos.

Y estas mocitas de profundo encanto y gracia victoriosa nacieron también de aquellos padres navegantes, en Venezuela, en Cuba, en Guatemala, en toda la tierra americana; nacieron y siguen naciendo.

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En todo hombre hay dos hombres: uno de ellos muere a los cuarenta años, el otro nace a esa misma edad. En América, y hasta hace unos cuantos lustros, el primero de esos dos hombres, sugestionado por la leyenda negra de que antes se habló, le ponía un veto a España, si bien este veto era suspensivo, porque el otro. hombre, el segundo, generalmente lo retiraba. Hoy en día esos dos hombres americanos ya no vedan en tal sentido, salvo contados casos de aberración, hijos de una obcecación morbosa o de una ignorancia invencible.

Muy favorable a este cambio hacia la verdad ha sido la reivindicadora hispanofilia, pujante y fecunda, que se inició ha tiempo en los Estados Unidos de la América del Norte, extendiéndose entre los estudiosos del mundo. Esa hispanofilia serena, sabia y justa, va dando muerte a la leyenda negra que tanto mal le hizo a España. Esta, en su recogimiento mientras la vejaban, en su aislamiento mientras la calumniaban, se ha superado. Por eso una notable poetisa chilena, en un banquete que le dieron en Madrid, habló de la grandeza de la decadencia española, diciendo cosas muy bellas y de emoción que la prensa francesa comentó con asombro.

El año 1921 hubo en Madrid el VII Congreso Postal Universal, en el que España tuvo mucha significación y gran poder, porque los diez y nueve países de su habla en América estuvieron a su lado y arrastraron consigo a los Estados Unidos del Norte. Se vio entonces la fuerza del hispanoamericanismo.

Cuando se terminó ese Congreso, el más joven de los congresistas, que era un uruguayo (Adolfo Agorio), dijo en nombre de todos los americanos, dirigiéndose a los españoles: «vuestra suerte está unida a la grandeza de América y hacia un ideal superior vamos todos, sin que nada ni nadie pueda detenernos en el camino.»

En Quito, en una tumba que está vacía dentro de la Catedral, pero que fue hecha para guardar los restos del gran Pizarro, se reza actualmente cada ocho días un responso por su alma en el momento de un oficio solemne al que acuden reverenciosos y llenos de amor a su raza los ecuatorianos.

El Gobierno de Cuba, a pesar de la encubierta tutela norteamericana, a la que necesariamente se ha de someter y de la cual no puede librarse, acaba de prohibir que las películas sonoras y habladas se exhiban o presenten allí en otro idioma que el español, medida a la que aun no ha llegado España. Esto y la devolución de trofeos de guerra que la Madre Patria hizo a la República Cubana, demuestra, entre otras cosas, el afecto que une a los dos países.

El monumento que en honor de España va a levantar la República Argentina en su capital y que casi está terminado, será uno de los mayores, sí no el mayor de aquella nación. Por la importancia que tiene y por lo que representa y significa debo describirlo en este trabajo tal como lo reseña su autor, el notable escultor argentino Arturo Dresco.

Consta de veintiocho figuras de dos metros y medio, distribuidas en ocho grupos, todas ellas en bronce. Al frente, en la base, se ve a Colón de hinojos a los pies de Isabel la Católica. En el cuerpo central culminan las figuras que representan a España y a la Argentina. En la base, a uno y otro extremo del monumento, se yerguen Solís y Magallanes, respectivamente, a cuyos pies se halla una figura alegórica. Estos son los grupos que, en rigor, pueden calificarse de complementarios. La idea central del monumento está representada en cuatro grandes composiciones, en que el escultor resume la acción de España en América. Allí está personificado el espíritu de la conquista. Allí su intrepidez y su expansión civilizadora. Cada figura individual es una síntesis y todas evocan el heroísmo de una época y el genio de una raza. Son navegantes y fundadores de ciudades, religiosos y soldados, legisladores y educadores. Allí están reunidos en la plástica rememorativa, individualizados por la efigie cuando la iconografía lo permitió o evocados con rasgos y atributos aproximativos cuando faltó la imagen de auténtico rigor histórico. Se llaman Pedro de Mendoza y don Juan de Garay, Bartolomé de las Casas y Sebastián Gaboto las del primer grupo; las del segundo grupo son: Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, Domingo Martínez de Irala, Luis de Cabrera, Martín del Barco Centenera y Juan Sebastián de El Cano. En el tercer grupo se hallan Juan José Vértiz, Pedro de Ceballos, fray Francisco Solano y Hernández Arias de Saavedra –Hernadarias–. En el cuarto grupo están representados Félix de Azara, Joaquín del Pino, Pedro Cerviño y Baltasar Hidalgo de Cisneros. Estos grupos se hallan dispuestos en los dos frentes longitudinales y están limitados por tres macizos arquitectónicos. El monumento es de líneas amplias y simples, de suerte que la arquitectura y la escultura se complementan, como corresponde al desarrollo de una idea clara y precisa.

De un periódico de aquella República, «La Nación», cuya importancia mundial nadie desconoce, tomo la explicación de este homenaje a España.

«La justificación del monumento a España está en su mero enunciado. Así lo comprendió la hidalguía de los argentinos. Quede constancia de ello, ya que el subrayarlo nos honra no poco. Por eso y por otra cosa se tomó en el viejo Cabildo la resolución de erigirlo, y fue ello en las horas del centenario, cuando todo hablaba de emoción de patria. Por eso y no por mera casualidad fue el monumento a España el primero de los que proyectó erigir la Comisión Nacional. No era ése un recuerdo que avivaran circunstancias propicias. Era algo más: era un sentimiento de amor omnipresente que tomaba allí impulsos para objetivarse en una expresión de bronce y de granito plásticos. Por eso quisieron ayer ese monumento los argentinos; por eso le quieren hoy; por eso le querrán mañana.»

En la Argentina, además, se ha creado oficialmente la fecha del 12 de Octubre, titulándola «fiesta de la raza», y la principal manifestación de ese día se hace acudiendo en fraternal comitiva, argentinos y españoles, al magnífico monumento que estos regalaron a aquel país el año 1910, dedicado a la Constitución argentina, por las nobles miras que encierra en su preámbulo.

La brillantez con que también se celebra esa fiesta en otras repúblicas hispanoamericanas; los otros monumentos que a España y al ejército español se levantan y proyectan levantar en varios países americanos (sin la intervención de las colectividades españolas), hablan elocuentemente del poder de unión que la raza tiene, la raza hispana y no otra.

En la República Argentina se vende también un sello para agregar al oficial que es necesario en las cartas que tienen que circular. Ese sello vale diez centavos [44] y lleva una leyenda que dice: «Pro Ciudad Universitaria de Madrid». Su venta se anuncia en los grandes diarios en forma muy llamativa y con grandes letras que dicen: «Use y propague esta estampilla: así contribuirá a la más grande obra de acercamiento hispano-argentino hasta ahora intentada. La construcción de la casa del estudiante argentino en la Ciudad Universitaria de Madrid y la creación de su Caja de Becas».

Esta Ciudad Universitaria va a ser la mejor del mundo y en ella tendrán pabellones especiales todos los países hispanoamericanos, pabellones para sus estudiantes y para sus profesores.

El ideal de España al querer atraer a sus centros culturales los hombres nuevos y estudiosos de diez y nueve países diferentes, si bien pertenecientes a una misma raza (la española), es de un universalismo honroso y muy propio de ella, que, como pocas naciones, puede estar orgullosa de su pasado.

En la creación de este soberbio monumento espiritual están empeñados muchos hombres cultos de España, y al frente de ellos el Rey Alfonso XIII.

Siguiendo la enumeración de afirmaciones consoladoras, nobles, de familiarización y de ensamblaje espiritual entre España y sus hijas, debo citar aún las siguientes:

El empréstito español a la Argentina y otro de distinto orden de la Argentina a España con intervención de banqueros de uno y otro país.

La venta de buques de guerra a la República Argentina construidos en Astilleros españoles y los que en los mismos se construyen para el Uruguay.

La creación en España del Banco Exterior de Crédito, con miras a América.

El homenaje que Madrid hizo a don Hipólito Irigoyen, Presidente de la República Argentina.

El tratado de propiedad artística, literaria y científica firmado por España con el Perú.

Lo establecido en la quinta Conferencia Internacional Americana, celebrada en Santiago de Chile el año 1923, en virtud de lo cual va a levantarse en la isla de Santo Domingo, la primera que tocó Colón, un faro monumental dedicado al mismo, en el que intervendrán los mejores arquitectos del mundo.

Lo que dicen muchos escritores americanos, como por ejemplo la inspirada poetisa argentina Margarita Abella Caprile, cuya belleza impresiona y cuyo timbre de voz seduce. Esa artista singular, en París, al dirigirse a la Reina de España, así le habló, recitando uno de sus bellísimos sonetos:

«...
Yo he venido a deciros que en la América mía
Es orgullo ser hijos de la sana hidalguía
Y del altivo empuje del ánimo español,
Y que la luz del Cristo de los conquistadores,
Con su inmenso destello, nubló los resplandores
Que ardían milenarios, en el templo del sol.»

En el frontispicio del palacio que Méjico hizo construir en Sevilla, acudiendo ese país, solícito y devoto, como sus hermanos, al grandioso certamen internacional que allí se realiza, figura con tintas de oro la siguiente leyenda: «Madre España: Porque en mis campos encendiste el sol de tu cultura y en mi alma la lámpara devocional de tu espíritu, ahora mis campos y mi corazón han florecido».

Ciérrase con esta hermosa cita el número de las que anteriormente se dejan consignadas, para demostrar que entre los americanos de origen español está integérrimo un sentimiento afectivo que, por su índole, no corresponde a Italia, Francia, Rumania ni Portugal (países latinos), sólo corresponde a España, creando el hispanoamericanismo.

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Ese sentimiento benevolente y cultural también se apoya en el espíritu de comprensión y de orden y en la amistosa inteligencia que existe entre los países de origen español. Los Códigos de Derecho Internacional, concebidos a base de una justicia sana y no de la fuerza odiosa, tan pronto como sean ratificados por todos los estados americanos, crearán una sociedad internacional envidiable. El cartabón con que se miden los asuntos europeos no sirve para medir los asuntos americanos. La diferencia que existe entre ambos continentes es muy grande. En Europa no puede enterrarse el fermento de los viejos odios. En América, la familia americana, hija de la estirpe española, libre de pasiones oxidadas y siempre con ideales nobles, cree en la justicia y la busca. Bolivia y el Paraguay, Chile y Perú lo demostraron recientemente.

Los Estados Unidos de la América del Norte podrán mucho, sobre todo en las cuestiones económicas, pero no podrán borrar el predomino espiritual de España, porque a ello se opondrían las fuerzas de origen, que no deben de considerarse lirismos ridículos, ya que no se trata de nada que obstaculice el progreso de la civilización americana, sino de algo que más bien la consolida, prestándole la fuerza que da el carácter que en toda nación viene a ser lo que son las varengas en la fábrica de un navío.

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