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Qué raza la nuestra.
En los días de la guerra, un grupo de navarros se vio copado, en situación desesperada. El jefe que los mandaba, viendo tan comprometida a su gente, los arengó diciéndoles:
- "¡Ea, navarros, veamos si sois tan valientes como se dice. Veamos cómo salís de éste apuro!"
El orgullo de la raza bravía, la herencia guerrera de las Navas de Tolosa, de Lácar, de Montejurra, despertó el coraje de los nuestros, y se lanzaron con tal ímpetu al ataque, que consiguieron desalojar rápidamente al enemigo.
Un rojo, sin embargo, quedaba firme en su puesto y, junto a una ametralladora, seguía causando muchas bajas a los navarros. Estaba perdido, pero, estoicamente, moría matando.
De pronto, un requeté llega hasta él con aquel enemigo valiente. Todos contemplaban ansiosos la terrible escena, y cuando creían que el requeté iba a terminar con él, la bayoneta en alto dispuesto a clavarla al cuello de su enemigo, ven con aturdimiento que baja el brazo, cambia con él unas palabras y lo carga sobre sus espaldas.
¿Qué había pasado allí? ¿Por qué quedó desarmado quien tan bravamente acometía? Es tan sencillamente grandioso, que Dios lo podrá recompensar, pero nunca los hombres dignamente alabarlo.
Al acercarse el requeté, vio que el rojo estaba gravísimamente herido y, como al lanzarse al ataque, no sólo despertaron en él los arrestos guerreros de sus antepasados, sino también las virtudes apostólicas de su paisano Javier, temió por la pérdida de un alma y quiso salvarla. ¿Eres cristiano? preguntó. ¿Quieres morir como tal? El rojo contestó afirmativamente.
Cuenta Shakespeare en la venganza de Hamlet, que cuando éste iba a matar a su padrastro, lo encontró rezando, y pensó: "Está en gracia de Dios, si lo matase en este momento iría al cielo." Y no quiso en su furor, concederle tan inmensa gracia.
Nuestro navarro hizo lo contrario. Vio a su enemigo en el error, quizás en pecado mortal, y deponiendo odios, y olvidando agravios, imitó a Cristo, ofreció el perdón y la vida a quien iba a darle la muerte.
El requeté corría, corría con su carga por el campo de batalla; el rojo iba desangrándose, empapando con su sangre a su libertador. Y éste, implorando por su enemigo, decía: "iVirgen de Ujué! Si consigo que llegue a tiempo y se confiese, te prometo ir a pie con la cruz al hombro para darte las gracias."
La Virgen, madre de pecadores, escuchó su ruego, y después de penosa marcha por el monte, encontraron al Páter de la Compañía que administró los Sacramento a aquella alma descarriada, que en sus últimos momentos volvía al regazo de la Iglesia.
El rojo agonizaba abrazado al requeté, y en su agradecimiento le decía: "Coge todo lo mío, tengo bastante plata, y a vosotros también la plata os hace falta."
- "Para mí no quiero nada -le contestó el requeté- ¿Tienes familia?"
- "Sí, mi mujer que está en Jaén."
- "Pues muere tranquilo. Así que acabe la guerra, iré a visitarla, le entregaré todo lo tuyo, y le diré que has muerto como un buen cristiano."
Y mecido por tan consoladora promesa, cerró los ojos, mientras el requeté, de rodillas, empapado en la sangre ya redimida, ora fervorosamente.
Así que terminó la guerra, en la milenaria Romería de Ujué, oímos de "El Templau", que así llamaban al popular requeté, este maravilloso sucedido. Acabada de cumplir su promesa, y al día siguiente partía camino de Jaén.
¿Se deben olvidar rasgos semejantes? Sería imperdonable. Debemos a la historia aportar datos de espiritualidad y valor para que sirvan de ejemplo a las generaciones venideras.
Dolores Baleztena
“Editorial Sancho el Fuerte”
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