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Gracias, Democracia.
Son casi las nueve de la noche y acabo de salir del supermercado. En la puerta de entrada hay un grupo de jóvenes, de alrededor de veinte años, esperando los restos de comida caducados y excedentes. Están sentados en la acera, con la cabeza inclinada hacia abajo y algunos disimulan para que no les veamos la cara. Se sienten avergonzados. Están en la plenitud de la vida y mendigan, de la manera más digna posible, algo para cenar.
Me duele esa situación. Probablemente están en paro y también muy probablemente son hijos de familias desestructuradas, o quizás no. A estos chicos les han matado el espíritu, el sentimiento de pertenencia y el coraje vital. Son hijos de un mundo feliz repleto de bondades. Todas las leyes que se promulgan están dirigidas a anestesiarlos hasta la parálisis. El adoctrinamiento racional y la pedagogía de la anodina sensatez pretenden que estudien y se civilicen hasta que no les quede una gota de espontaneidad vivencial ni intelectual.
No pertenecen a ningún lugar, no tienen referentes ni héroes, tienen que domesticar la testosterona a base de porros, y tienen que tener mucho cuidado de no actuar fuera de lo esperable que es, sencillamente, que no actúen, a no ser que lo hagan en una ONG o como monitores de niños amantes del campo.
Muchos jóvenes se quedan en su habitación durante horas, se acuestan tarde y se levantan tarde también, y los padres se desesperan, culpándose de la situación. No saben que la sociedad que hemos creado les ha vaciado, no tienen ni alma, ni fe, ni esperanza, no hay estructura psíquica que les sostenga, ni grupo al que vincularse, a no ser que sea de clones que tampoco saben dónde van ni dónde están.
Estudian y estudian, licenciaturas, postgrados, doctorados… y se quedan en el paro u obtienen sueldos precarios, muchas veces de profesiones que no tienen nada que ver con su formación.
Sus mayores, sus adultos, llevan años eligiendo gobernantes que viven en un mundo de vanidades, de sueños fantasmagóricos y de despilfarro ruinoso. Gente que construye la realidad a la carta, machacando y sacrificando a los más fuertes en aras de una imbecilidad social que nos conduce a la desaparición colectiva.
Se les obliga a que tengan conciencia de todo hasta anularlos, se les obliga a que entiendan y se sometan al criterio de los que mandan, a que renuncien a su nación, a su capacidad de prosperar y a su ímpetu creativo. Y ¿todo ello para qué? Para que en su nombre, en beneficio de ellos, se actúe desde la máxima impunidad, normalmente gastando sin control, para construirles un futuro esplendido. -Y evidentemente las petardas y petardos del régimen se apuntarán a cualquier campaña o cancioncilla de solidaridad para narcotizarlos en la creencia de que están colaborando a que crear un planeta mejor-.
Perdemos competitividad, identidad, solidaridad y presencia internacional. Guiados por la razón, la de los pusilánimes, vamos todos como piaras de cerdos hasta el borde del barranco. Pero la razón no puede, todavía, con el cerebelo, y nos vamos mermando a modo de neuróticos en permanente conflicto, mientras otros crecen y crecen, y se hacen fuertes.
Sigamos machacando a nuestros jóvenes, dejémosles sin aliento y grabemos en sus mentes el “buenismo” bobalicón, y desfilemos como hermanos alegres hacia la autodestrucción colectiva.
DAMIÁN RUIZ
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