lunes, 15 de noviembre de 2010
Mi patria.
No estando un servidor muy inspirado (o quizás demasiado enamorado, para pensar en otras cosas que no sean Dulcinea del Toboso) voy a tomarme la libertad de coger del Blog de la "Comedia Humana (http://dieuleroi.blogspot.com/2010/11/mi-patria.html) este escrito. Disfrútenlo vuestras mercedes.
Mi Patria
Cuando digo que España es mi Patria, nuestra Patria, los adjetivos “mi” y “nuestra” son posesivos. España me/nos pertenece. España, las Españas, no pertenecen al Estado Español. Pertenecen a los españoles, a todos los españoles, los de los dos hemisferios. España nos pertenece por herencia. Es el legado de nuestros padres, nuestro legado familiar. Porque España pertenece a la sociedad española, y la sociedad no es otra cosa que un conjunto de familias.
El Estado sólo (con acento, ya que es un adverbio) ha recibido el mandato de gestionar España. El Estado no es más que un servidor de la sociedad, como Su Santidad el Papa es el siervo de los siervos de Dios.
Por eso no tiene derecho a transformar España, a destruirla, a convertirla en lo que no es.
Por eso el estado no tiene derecho a atacar a las familias, ya que son las familias, el conjunto de familias, la sociedad, los que le han creado para su servicio.
Y si el estado se transforma en enemigo de la sociedad, debe ser sencillamente disuelto y creado en otra configuración que evite su conversión en el horrible Leviatán que hoy nos amenaza.
Y por eso un servidor de la sociedad, un trabajador del estado, no tiene derecho a nombrar él mismo otros trabajadores del estado, sin mandato expreso y sin someterse a las normas de justicia e igualdad establecidas por la sociedad en las leyes.
Para decidir quién debe trabajar en el estado al servicio de la sociedad, se han establecido las oposiciones, los exámenes ante los que los opositores, en condiciones de igualdad, demuestran el dominio de las materias necesarias para ejercer la función pública con la máxima eficacia. Los concursos, concurso-oposición, la libre designación y otras triquiñuelas, constituyen un engaño descarado y un fraude a la sociedad.
Y es sorprendente la facilidad con que el pueblo español, otrora orgulloso y desconfiado, acepta gustoso el engaño. Y lo que es más increíble, el robo.
No llenamos con nuestros impuestos, pongo yo por caso, las arcas del ayuntamiento, para que organice verbenas o decida qué actividades deben ser consideradas culturales y cuáles no. No hemos nombrado al alcalde para que derribe nuestros monumentos y encargue a sus compinches de logia la erección de horribles monolitos masónicos. (Los siento, llevo unos meses viviendo en Madrid, antigua villa y corte, y es desesperante).
El ayuntamiento está para organizar el tráfico con lógica, mantener limpias las calles, reparar las aceras cuando es necesario, velar por el respeto de la ley y el orden incluso en los más recónditos callejones en la obscuridad de la noche, y otros muchos servicios por los que pagamos y de los que carecemos.
Del mismo modo, cuando digo que el castellano, el español, es mi lengua, es nuestra lengua, también lo digo en sentido estricta y absolutamente posesivo. Y nadie, y menos que nadie la Real Academia de la Lengua, institución que tiene por misión la salvaguarda de la lengua cervantina, tiene derecho a destrozarla. ¡Qué mayor traición cabe imaginar que la destrucción de uno de nuestros bienes más preciados a manos del encargado de protegerlo!
Por eso, igual que sigo escribiendo en alemán con la "Eszett" (β) cuando es necesario distinguirla de la doble s, y en francés digo "j'aime bien" y jamás "j'adore" "parce que je n'adore que Dieu", seguiré acentuando “solo”, sólo cuando sea adverbio, mi abecedario sonará “a, be, ce, che, de…”, seguiré llamando i griega a la y, e i latina a la que se escribe con un punto encima, y seguiré conservando como un tesoro mi Miranda Podadera, mis diccionarios y mi ortografía.
Y de este modo esperaré el día en que ningún truhán, aunque esconda su verdadero acento, tenga derecho a ser nombrado académico de la Real Academia de la Lengua. Esperaré el día en que la designación “Real” vuelva a querer decir algo. El día en que a la cabeza de las Españas vuelva a haber un Rey por la gracia de Dios, del único Dios verdadero, el Dios de nuestros padres, el Dios de las familias católicas españolas.
Un Rey de las Españas, obediente al Dios por cuya gracia gobierne, obediente a la Santa Madre Iglesia y sometido al control de la sociedad española a la que sirva, a través de unas Cortes tradicionales, verdaderamente representativas de los súbditos de Su Majestad Católica.
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