lunes, 21 de septiembre de 2009

El precio del honor.






¡Magnífico señor este don Pedro III el Grande, Rey de Aragón! Considerándose con derecho a la corona de Sicilia, hacia sus costas encaminó sus naves levantinas.

¿Quién gobernaba Sicilia? El príncipe francés Carlos de Anjou. Éste se echó a reir, cuando se enteró de que iba contra él la flota aragonesa; pero ya no se rió tanto cuando en tierras sicilianas desembarcaron las tropas del rey don Pedro.

Tal miedo infundían a los franceses que bastaba el grito de "¡Aragón!" para que las huestes de Carlos de Anjou huyeran despavoridas. Don Pedro trituró a sus enemigos y se hizo dueño de Sicilia, y entonces, el de Anjou, ardiendo en ira, le retó a un desafío personal.

Quedó asombrado el rey don Pedro. ¡Un desafío! Pero ¿puede desafiar un hombre vencido, que además huye cobardemente?. Los nobles caballeros de don Pedro le aconsejaban a éste que no hiciera caso de semejante bravata; pero el rey aragonés, que no quería que se le motejase de temeroso, aceptó el reto, y le mandó recado a Carlos de Anjou a fin de que él mismo eligiese terreno para la lucha. Carlos eligió los alrededores de Burdeos, en Francia.

Estaba don Pedro en Sicilia, al sur de Italia; tenía que abandonar el reino, las tropas, los familiares y emprender un viaje larguísimo...sin embargo, no dudó. Tenía un concepto tan elevado del honor que, haciéndose acompañar de dos caballeros, emprendió el camino de Francia.

El mismo día designado por ambas partes para la lucha, se personó en el palenque de Burdeos. Iba disfrazado con un capuchón, y una vez en medio del palenque se quitó el disfraz. ¡Allí no había nadie! Subió al caballo, tomó la espada en la diestra y puesto en el centro del campo gritó:
- ¡Yo te conjuro, Carlos de Anjou, a que comparezcas en este palenque que tú mismo has elegido para medir tus armas con el Rey de Aragón, Cataluña y Sicilia!
Y seguidamente dio la vuelta a todo el campo. ¡Nada!. Por tres veces repitió su reto. Y en vista de que Carlos de Anjou no hacía acto de presencia, mandó que se levantase acta de la defección de su rival.

Y luego clavando su espada en medio del campo, y dejándola allí como testimonio de que él había comparecido y Carlos no, se volvió tranquilamente a Sicilia.

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